Niños con pasado difícil sanan sus heridas en una casa hogar de México
Regina (nombre ficticio) tiene ocho años y vive con sus cuatro hermanos en la casa hogar Quinta Carmelita, en el sur de la Ciudad de México, donde 32 niños de 0 a 11 años con un pasado marcado por la violencia y el abandono encuentran un pequeño refugio donde sanar sus heridas.
A Regina le gustan las matemáticas y quiere ser policía de mayor "para salvar a todos", pero al ver la grabadora se convierte en una ávida periodista preguntándole "¿Cómo estás?" no solamente a los niños, sino también a los armarios, suéteres y camas.
"¿Cómo estás, cama? ¡Bien! ¿Cómo estás, cajón? ¡Bien! ¿Cómo estás, suéter? ¡Bien, bien, bien, bien!", grita feliz Regina, cuya comida favorita es el pozole, típico plato mexicano, igual que su hermana menor Isabel (nombre ficticio), cuyos ojos centelleantes revelan que tras una timidez aparente se esconden mil travesuras.
Con estas dos hermanas, quienes llevan un año en Quinta Carmelita, juega Marcos (nombre ficticio), un niño de cinco años con cabello erizado que gusta del fútbol, correr mucho en bicicletas grandes y jugar con muñecos de la saga de animación "Minions", a los que desmonta sin rubor.
La directora general del hogar de estos tres traviesos infantes, Georgina Ibáñez, explica a Efe que Quinta Carmelita es una institución de asistencia privada que da atención a menores en situación de abandono o víctimas de maltrato y "busca restituirles su derecho a tener una familia a través de la adopción y la reintegración familiar".
Revela que los niños viven separados en cuatro salas (cali verde, cali rojo, cali azul y cali morado) donde hay tres premisas básicas: que los hermanos estén en el mismo cuarto, que convivan todas las edades para que aprendan a interactuar y que cada habitación tenga sus propias reglas.
Los infantes llegan a Quinta Carmelita porque vienen de una situación muy compleja (vida en la calle, una adicción en la familia, encarcelamiento de alguno de los padres), apunta Ibáñez.
Narra que pueden ser muy agresivos o muy pasivos, que algunos llegan con una desnutrición muy severa y otros incluso con dificultades en el lenguaje. "Muchos llegan sin hablar", lamenta.
Lo que diferencia a Quinta Carmelita de otros orfanatos es que se rige por las Directrices sobre las Modalidades Alternativas de Cuidado de los Niños de Naciones Unidas, precisa la directora.
"Tenemos un convenio con el DIF (Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia) de Ciudad de México para que, cuando reciben niños que han sido víctimas de maltrato, de abandono, de cualquier delito, nos los confíen para sus cuidados mientras resuelven toda la situación jurídica para determinar si se van a regresar a su familia o si pueden darse en adopción", expone.
Ibáñez señala que "por cada tres meses que pasan en la casa hogar pierden un mes de desarrollo", por lo que el personal de Quinta Carmelita, organización que recibe apoyo sobre todo de empresas y personas físicas, intenta acelerar al máximo ese proceso.
Mientras en los orfanatos estatales suele haber de 60 a 120 niños, Quinta Carmelita separa a los 32 menores en grupos de ocho "que están a cargo de una yaya, que es una cuidadora que directamente les atiende día, noche, fin de semana, y que ellos identifican como una figura de apego y de autoridad", subraya.
Una de ellas es María Elena, una asistente educativa de 54 años que lleva cuatro años y medio en este pequeño refugio y suele tener bajo su custodia grupos de siete a ocho infantes.
"Todos son muy inquietos porque son niños que no cuentan con mamá o papá y tienen algunos problemas emocionales, por lo que ellos son un poquito más inquietos que lo que normalmente trabajamos en otras escuelas", explica.
A su vez, la directora indica que tratan de que los menores se encuentren en "un ambiente muy familiar porque un día se van a ir a una familia y la idea es que no haya una brecha tan grande entre el niño de aquí con cualquier niño que viva en la familia".
Para que el adiós no sea tan difícil al irse de Quinta Carmelita, el personal les habla de la casa hogar como un puente. "Cuando poco a poco se van recuperando empiezan a preguntar '¿Y cuándo me voy a ir? ¿cuándo va a venir mi familia?'", dice Ibáñez.
"El día que les toca les damos la noticia, corren y atraviesan el patio. Les cuentan a todos y dicen '¡Ya tengo familia que viene por mí!'. Es muy emocionante para los niños, para las cuidadoras y para nosotros ver que el trabajo de todos los días se cumple", concluye.
EFE